En primer lugar, debemos comprender a nuestras propias células. Las células son las unidades básicas que forman los organismos. Son las unidades más pequeñas con capacidad de nutrirse, reproducirse y relacionarse (las 3 funciones vitales que debe ser capaz de realizar un organismo para ser considerado como tal).
Es decir, una única célula es capaz de nutrirse (de comer y obtener energía para desempeñar sus funciones vitales); de reproducirse, generando dos células “hijas”; y de relacionarse con otras células mediante diferentes tipos de señales. Vamos, que acabamos de llegar a la conclusión de que una célula es, en esencia, un organismo independiente.
Y esto nos lleva a la diferenciación de dos clases de organismos vivos: los organismos unicelulares (formados por una única célula) y los organismos pluricelulares (formados por más de una célula). Nosotros, los humanos, somos organismos pluricelulares. ¿Por cuántas células apostarías que está formado el organismo humano? El equipo de investigación liderado por Ron Sender ha estimado que un adulto “estándar” (varón, 20-30 años y 70 kilos de peso) está compuesto por 30 billones de células. Es decir: 30.000.000.000.000 células 1.
Impresionante ¿verdad? ¿Qué supone que estemos formados por esta ingente cantidad de células? Que nuestras células han perdido la capacidad de vivir por si solas, y en contraposición han ganado funciones más especializadas que les permiten formar agrupaciones más complejas. Las células en un organismo humano se organizan, primero, en tejidos; estos tejidos luego forman los órganos; los órganos conforman los sistemas; y al final, la agrupación de estos sistemas somos nosotros, los seres humanos.